Un día le pregunté a mi madre si eso de las alianzas es necesario, porque, vamos a ser completa y absolutamente sinceros, con el tiempo las alianzas se quedan pequeñas, se pierden, se deforman, hacen que no podamos ponernos anillos más modernos en ese dedo, se quedan anticuadas (o muy grandes o muy pequeñas)... y son terriblemente caras.
Mi madre me miró con cara de "ya empezamos" y me dejó bien claro (como sólo una madre sabe dejar claras las cosas) que NO se pueden sustituir las alianzas por pulseras, ni collares, ni relojes, ni nada de nada, que una alianza es una alianza y punto pelota. Aunque eso sí, me sugirió que podía usar un anillo que ya tenía, pero como Santi no tiene pues no vale y también me dijo que no me gastara mucho, porque, al final, la mayoría de las alianzas acaban en un joyero de la mesilla de noche.
Y nosotros, como buenos hijos, hemos hecho caso a madres y suegras, de modo que a la mínima que hemos visto un par de alianzas BBB (bueno-bonito-barato) nos las hemos comprado y así, poco a poco y con tiempo, nos vamos haciendo la colección de "Cosas Que Hacen Falta Para Casarse".
Este verano pasado en nuestro viaje a Italia nos pusimos a mirar, medio en broma medio en serio, los escaparates de las joyerías del Ponte Vecchio de Florencia y como daba risa de lo caro que era lo dejamos pasar. Lo que no teníamos planeado era buscar una crucecita para la madre de Santi en una joyería de Roma y darnos de bruces con un par de alianzas en oro blanco, lisas, rectas y bien de precio... el resto lo sabéis. Sí, nos las probamos y las compramos. Ahora podemos decir que nuestras alianzas son de Roma.
(La crucecita para el regalo era muy cara y se quedó en el escaparate.)